jueves, 18 de octubre de 2012

Venus, el Amor y la Música

El escritor y premio Nobel peruano-español Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) saltó a la fama en 1963 con su novela La ciudad y los perros. A partir de ese momento ha ido elaborando una obra literaria que lo ha llevado a convertirse en uno de los grandes narradores en lengua castellana. Otras obras suyas son Conversación en La Catedral (1969), Pantaleón y las visitadoras (1973), La tía Julia y el escribidor (1977) y La fiesta del Chivo (2000).

En 1998 escribe Elogio de la madrastra, en la que nos plantea un curioso triángulo erótico -formado por doña Lucrecia la madrastra, don Rigoberto el padre y Fonchito el hijo- a partir del cual elabora una extraña obra acerca del amor y la inocencia. Para acompañar el texto incluye una serie de cuadros de artistas como Bronzino, Jordaens, Boucher, Tiziano, Francis Bacon y Fra Angelico que describe de forma minuciosa.

De Tiziano, pintor de la escuela italiana del Renacimiento italiano, elige el cuadro de 1548 Venus recreándose con el Amor y la Música -cuya versión del Museo del Prado incluimos aquí- en el que representa a la diosa mientras escucha la música que toca un organista, acompañada por Cupido y recostada sobre un lecho delante de una ventana a través de la cual se pueden ver los jardines de una villa.

Dice el escritor:


Ella es Venus, la italiana, la hija de Júpiter, la hermana de Afrodita la griega. El tañedor del órgano le da lecciones de música. Yo me llamo Amor. Pequeñín, blando, rosáceo y alado, tengo mil años de edad y soy casto como una libélula. El ciervo, el pavo real y el venado que se divisan por la ventana están tan vivos como la pareja de amantes enlazados que pasean a la sombra de los árboles de la alameda. En cambio, el sátiro de la fuente en cuya testa surte agua cristalina de una jofaina de alabastro, no lo está: es un pedazo de mármol toscano que un hábil artista venido del sur de Francia modeló. También nosotros tres estamos vivos y despiertos como el arroyo que baja de la montaña cantando entre las piedras o como la algarabía de los loros que vendió a don Rigoberto, nuestro señor, un mercader del África. (Los cautivos animales se aburren ahora en una jaula del jardín.) Ha comenzado el crepúsculo y pronto caerá la noche. Cuando ella llegue con sus andrajos plomizos, el órgano callará y yo y el profesor de música deberemos partir para que el dueño de todo lo que aquí se ve, entre a esta habitación a tomar posesión de su señora. Venus, para entonces, gracias a nuestra voluntad y buen oficio, estará pronta para recibirlo y entretenerlo como su fortuna y rango merecen. Es decir, con fuego de volcán, sensualidad de ofidio y engreimientos de gata de Angora.

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